Desde hace tres años atrás se ha dictado una serie de decretos supremos en Bolivia por los cuales se prohibió la exportación de maíz, se liberó su importación y se impuso un “precio justo” a nivel interno, con el buen deseo de bajar su precio y detener la inflación.
Sin embargo, transcurrido el tiempo se ha comprobado más que fehacientemente que el querer tener el maíz garantizado a precios bajos no era suficiente. Antes bien, el remedio fue peor que la enfermedad, pues hoy se cultiva menos maíz que antes, y todo, por la incertidumbre que se ha introducido con el cambio de reglas de juego para el sector maicero, demostrando así lo pernicioso que puede resultar para una actividad económica la sustitución de lo previsible, por lo incierto.
Cabe recordar que desde hace tres años atrás se venía advirtiendo públicamente y a nivel internacional, sobre la base de un Informe del Departamento de Agricultura de los EEUU -“La oferta y demanda agrícola global: fac tores que influyen en el creciente aumento en los precios de los alimentos commodities”- que el alza de los precios agrícolas a escala mundial difícilmente retrocedería del nivel histórico que había alcanzado, superando hasta en un 60 por ciento a los precios vigentes dos años antes.
Se dijo entonces que tal subida que se creía era coyuntural, se había tornando “estructural” por el crecimiento más lento de la oferta mundial de alimentos, rebasada por un incremento más rápido de la demanda, rompiéndose así el delicado equilibrio vigente hasta la pasada década.
Se advirtió también que frente a ese panorama Bolivia tenía dos opciones: apostar por producir más alimentos hacia su soberanía alimentaria y generar excedentes de exportación; o intentar “precios bajos” por la fuerza, lo que sin embargo podía acarrear futuros problemas de desabastecimiento e incluso condenar al país a la importación permanente de alimentos a precios altos.
Verific ada tal situación, corresponde un análisis para cambiar de rumbo. Con la economía no se juega. Los errores cuestan caro.
Sin embargo, transcurrido el tiempo se ha comprobado más que fehacientemente que el querer tener el maíz garantizado a precios bajos no era suficiente. Antes bien, el remedio fue peor que la enfermedad, pues hoy se cultiva menos maíz que antes, y todo, por la incertidumbre que se ha introducido con el cambio de reglas de juego para el sector maicero, demostrando así lo pernicioso que puede resultar para una actividad económica la sustitución de lo previsible, por lo incierto.
Cabe recordar que desde hace tres años atrás se venía advirtiendo públicamente y a nivel internacional, sobre la base de un Informe del Departamento de Agricultura de los EEUU -“La oferta y demanda agrícola global: fac tores que influyen en el creciente aumento en los precios de los alimentos commodities”- que el alza de los precios agrícolas a escala mundial difícilmente retrocedería del nivel histórico que había alcanzado, superando hasta en un 60 por ciento a los precios vigentes dos años antes.
Se dijo entonces que tal subida que se creía era coyuntural, se había tornando “estructural” por el crecimiento más lento de la oferta mundial de alimentos, rebasada por un incremento más rápido de la demanda, rompiéndose así el delicado equilibrio vigente hasta la pasada década.
Se advirtió también que frente a ese panorama Bolivia tenía dos opciones: apostar por producir más alimentos hacia su soberanía alimentaria y generar excedentes de exportación; o intentar “precios bajos” por la fuerza, lo que sin embargo podía acarrear futuros problemas de desabastecimiento e incluso condenar al país a la importación permanente de alimentos a precios altos.
Verific ada tal situación, corresponde un análisis para cambiar de rumbo. Con la economía no se juega. Los errores cuestan caro.
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