Apicultura tarijeña innova con genética de alto nivel

domingo, 4 de septiembre de 2011

Tarija | Los Tiempos

En el valle de Tarija, donde predominan los viñedos y las huertas, tres emprendedores decidieron desarrollar el negocio de la apicultura de la mano de la tecnología genética.
Así, en 2008, trajeron desde Mendoza, Argentina, unas 40 abejas reinas, cada una acompañada de siete nodrizas valientes que escoltaban a la principal casta de la colonia que aunque no tiene corona su linaje es delatado por su apariencia. Viajaron más de 1.300 kilómetros juntas.
Ese largo recorrido concluiría con un negocio prometedor de abejas “mestizas”, obreras, zánganos, nodrizas, flores, cajas y mucho trabajo en un ambiente en el que predominan los viñedos y la amabilidad de su gente.
Las abejas reinas, que luego permitieron crear colonias de abejas mestizas, fueron adquiridas por Marcelo Aparicio, José Luis Coronado y Juan Carlos Castillo, tres apicultores tarijeños que apostaron por la genética.

Primeras colmenas
A ocho kilómetros al norte de Tarija se encuentra San Mateo donde en medio de los pajonales, eucaliptos y algarrobos, bajo estructuras de madera, hay unas 40 cajas especiales de tres tamaños distintos.
Al acercarse se puede escuchar el zumbido de las abejas en plena hora de trabajo. Éstas, contrarias a su naturaleza, no atacan a los “intrusos” que visitan su zona.´
“La adaptación de las abejas reinas al clima de Tarija ha permitido que éstas sean menos agresivas y a nivel mundial se sabe que con mansedumbre se puede trabajar, pero con las abejas agresivas no. En países avanzados, la mansedumbre es sinónimo de apicultura”, afirma Coronado, quién comenzó el trabajo de la apicultura en 2005 con tres cajas y más como un pasatiempo y no como el negocio que actualmente sostiene la economía de su familia.
Inicialmente eran 15 los apicultores que conformaron la Asociación de Apicultores de Tarija (Aapitar) y tras presentar un plan de negocios, recibieron de la Embajada Real de Dinamarca (ERD) y de la Fundación Valles 310 cajas, cinco centrífuga s para el procesamiento de la miel, cinco decantadores, un curso de propóleos y algunas alianzas. Todo el negocio fue valuado en 50.500 dólares de los cuales un 41 por ciento fue inversión propia.
“Como dicen, a caballo regalado se lo lleva el diablo. Era necesario invertir. A mayor cantidad de producción uno además necesita más conocimiento en nutrición, en genética, en sanidad” comenta Aparicio quien tiene su apiario en Calamuchita, al sur de Tarija y que ya viajó al menos tres veces a Mendoza, Rosario, Santiago del Estero en Argentina, de donde importó ideas y “material vivo” para el trabajo.
Actualmente, son tres los apicultores que tienen, cada uno, un promedio de 140 cajas, con producción de 30 kilos de miel por unidad durante los meses de la cosecha, es decir, de septiembre a marzo. Pero no es sólo la miel y sus derivados (polen, propóleos, jalea real) lo que les genera ingresos de hasta un 300 por ciento, explica Aparicio, sino también la genética.

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